Durante varios años un hombre sabio había estado enseñando a sus discípulos y a todo aquel que se le acercaba. Su sabiduría era tal que la vida de miles de personas se había transformado y enriquecido, pues todos encontraban consuelo y aprendizaje en él.
Un día, mientras estaba con algunos de sus discípulos, uno de ellos se acercó y le dijo: “maestro, hay un sabio nuevo en el pueblo y todos se están yendo con él. Pareciera que te han abandonado”.
El maestro guardó silencio y después de un momento contestó: “él debe crecer y yo menguar”. A partir de ese momento el maestro se retiró y nadie más volvió a saber de él.
El sabio recién llegado acogió a todos y les dio enseñanzas que superaban, notablemente, a las del primer maestro. Todos se deslumbraron con su sabiduría y buscaban estar cerca de él para escucharle y encontrar el aliento para sus vidas.
La historia que acabo de compartir alude a todos nosotros y al proceso interior (psicológico y espiritual) al que estamos llamados. Los dos sabios son arquetipos que representan al ser humano en las dos etapas (o mitades) de la vida.
Pensemos por un momento en las librerías de nuestra época, saturadas de libros de autoayuda y estrategias (les llaman coaching) para lograr el éxito económico, personal y social. Observemos a los nutriólogos y a los médicos dedicados a preservar la belleza y a ayudar a la gente a sobresalir estéticamente frente a los demás, o reparen en los psicólogos desarrollando terapias enfocadas a que la gente gane autoestima, aumente el placer y se sientan bien consigo misma. También los gimnasios hacen lo suyo, pues llenos por la fiebre del cuerpo la gente busca una apariencia escultural a como de lugar.
Pese a todas estas opciones diseñadas para que la gente se sienta bien, hoy existe mayor número de deprimidos y los niveles de ansiedad están desbordados. La depresión y la ansiedad son las dos causas más frecuentes que atendemos en la consulta psicológica y psiquiátrica. La "industria del bienestar" ha generado una ilusión, acompañadas de la esperanza de alcanzar la tan añorada felicidad pero el resultado ha sido, precisamente, lo opuesto; la infelicidad, por lo menos en un amplio sector de la población.
Volviendo a nuestra historia inicial, el primer sabio fue capaz de reconocer que con su enseñanza no sería suficiente. Entendió que lo que sus discípulos realmente necesitaban era algo mejor que lo que él tenía que ofrecer. Comprendió que la verdadera sabiduría radicaba en renunciar a su popularidad, a sus discípulos, a su sabiduría, incluso a su vida misma, para así dar paso a aquel que tenía palabras de una sabiduría mayor, a aquel que podía transformar la vida de todos.
Es en el menguar personal y no en el crecimiento personal (al que aboga la industria del bienestar) donde radica la verdadera capacidad de alcanzar la plenitud. El “yo” con el que hemos crecido está lleno de sesgos y condicionamientos que nublan nuestra vista y nos hacen ir como las efímeras a la luz; deslumbrados por el brillo de lo que en realidad nos hace daño. Por eso, tarde o temprano tendremos que dejar atrás a ese “yo” para dar paso al Sí mismo (con mayúscula) que nos permite comprender mejor el propósito de nuestra vida. Un Sí mismo despojado de los sesgos y los condicionamientos que nos atan a una idea artificial del bienestar y de la felicidad. Un Sí mismo despojado de lo que nosotros deseamos pero abierto al devenir que la Vida tiene para cada uno de nosotros.
Es así, en el despojo del primer sabio (el yo) que el segundo sabio (el Sí mismo) podrá crecer y enriquecer nuestras vidas de formas incomprensibles.
Hoy la cultura apunta al “yo”, busca promover la brillantez de la luz que por si sola puede traer desolación y angustia, y llevarnos a depender de medicamentos y estímulos que nos hagan sentir que nuestra vida merece la pena ser vivida. Hoy la cultura no solo no promueve al Sí mismo, sino que excluye y desdeña al que busca despojarse de los sesgos y los condicionamientos para abrirse a aquello que trasciende nuestras limitaciones.
Sin embargo, es en el abandono de ese yo, en el menguar personal, en el que los hombres encontramos el verdadero sentido de nuestra vida, dejando atrás el bien-estar para asumir el bien-ser: sin duda un abandono que merece la pena intentar.
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