¡Qué grande es el privilegio del padre que tiene una hija!, ¡y qué grande es la responsabilidad que le sigue!
Pues la hija ve al padre, y en él ve a todos los hombres. Y es que, cuando el padre trata a la hija, la hija aprende a ser tratada no solo por el padre, sino por los hombres.
Y así es que aquello que la hija aprende con el padre, buscará en los hombres. Pues suele ser que quienes fueron lastimadas, se relacionan con quienes perpetúan la herida. Y quienes fueron amadas, amor es lo que atesoran en su relación con los hombres.
La niña que fue herida por el padre, herida queda. Y la mujer que surge de ella o se condena a vivir en la herida junto a quienes la reactivan o aprende que el padre que la hirió, la lastimó no por ella, sino por él. La solución a su dolor radica en asumir el dolor gestado en el pasado y a desarrollar lo que a ella se le arrebató: el amor, el respeto y la protección.
Y tú que eres padre de una hija, no lo olvides; ella te está mirando, está aprendiendo de ti. En tus manos y en tus acciones está un frágil tesoro del que depende no solo ella, sino las generaciones por venir; el origen de su alegría y de su tristeza.
Como padre haz de mirar al Padre de todos, para que aprendas que amor y autoridad son un binomio que conforman el vínculo de la vida. Binomio del que el futuro de tu hija depende.
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