La infidelidad va en aumento en ambos sexos, y en el caso de las mujeres ha sido en un 40% en
los últimos 20 años, aunque los hombres siguen practicándola más que ellas. Pero la infidelidad no es solo una realidad estadística, es un drama a nivel del individuo, de la pareja y de la familia. Esta tendencia también la he visto crecer entre mis pacientes, atestiguando el dolor y las consecuencias que tiene en todos los miembros de la familia.
¿A qué se debe este aumento? Es difícil dar una causa única, pero la investigación muestra que quienes crecieron en familias intactas (con papá y mamá juntos) son menos propensos a la infidelidad, también debemos tener en cuenta la hipersexualización de la sociedad y la promoción del sexo casual como algo lúdico y sin consecuencias, cuestiones demográficas, nivel educativo, afiliaciones políticas, falta de religiosidad, etc.
Algunos se preguntan “¿qué motiva a una persona a ser infiel?” Lo que he observado en mis
pacientes es lo que llamo “paraísos perdidos”, es decir, quieren volver al Edén donde todo era felicidad y es que las relaciones matrimoniales con el tiempo se van desgastando y pueden dejar de entusiasmarnos. La responsabilidad, los compromisos económicos y familiares, los desacuerdos, el estrés y la habituación pueden hacer que la gente pierda el interés por su pareja y piensen que alguien más es la oportunidad de volver a sentirse bien, a sentirse como en algún momento se sintieron con su cónyuge.
Lamentablemente, las consecuencias no suelen tardar en llegar. En la gran mayoría de los casos la infidelidad sale a flote, pues es difícil cubrir constantemente los rastros y mantener las mentiras. Angustia, depresión, divorcio, cónyuge e hijos afectados, la familia propia y a veces la del amante terminan gravemente lastimadas.
Una solución es recuperar el paraíso original en lugar de ir en busca de nuevos paraísos. Las relaciones se tienen que atender, como dice el dicho “el que tenga tienda que la atienda”. Si alguien ha perdido el interés en su cónyuge o pareja es momento de hacer una pausa, hablar claramente y poner manos a la obra. Algunas estrategias que pueden funcionar son:
Hablar abiertamente lo que ha cambiado para bien y para mal en la relación a través de los años.
Hacer acuerdos para cambiar las actitudes, conductas y respuestas que no ayudan a la relación.
Identificar situaciones y personas de peligro que pueden hacer pensar que la infidelidad es la solución, por ejemplo; la pornografía, amistades que practican la infidelidad, etc.
Recuperar las conductas que mantienen el interés en la pareja, por ejemplo; tener una cita semanal, hacer acuerdos en la vida sexual, cuidar la apariencia y el atractivo físico, hacer “escapadas” o viajes breves una o dos veces al año.
Recordar por qué se está juntos. Es importante tener espacios para pensar ¿por qué nos casamos? ¿qué nos unió? ¿qué buscábamos? ¿cuál es el propósito y significado de nuestra relación? Y ¿qué tenemos que hacer para no olvidarlo?
Pensar en toda la familia, y no solo de manera individual. Muchos de los que practican la infidelidad piensan en lo que “ellos quieren” pero no en lo que la familia necesita. Creencias como “merezco ser feliz” “yo no me case para esto” pueden estar detrás de la justificación para buscar a alguien más. Pero es importante recordar que una vez casado nuestras acciones afectan para bien y para mal a todos los miembros de la familia así que pregúntate “¿cómo afectará esto a mi cónyuge e hijos? ¿cómo afectará mi vínculo de padre o madre cuando salga a la luz?” “¿cómo me afectaría a mí si mi cónyuge me lo hiciera?” “¿cómo me hubiera afectado si de niño mi padre o madre lo hubieran hecho?”
Busca espacios de influencia positiva para tu relación. Si tus amistades consumen alcohol excesivamente, si lo que piensan es estar “de fiesta”, si ellos tienen una visión permisiva con la infidelidad o la practican y si no tienen una visión sólida del matrimonio y de la familia, no te vayas a sorprender que después tú o tu cónyuge terminen en donde mismo. Busca parejas que valoren la fidelidad, que no promuevan los excesos o el hedonismo. Busca también espacios como conferencias y grupos matrimoniales orientados a fortalecer el matrimonio y la familia.
Finalmente, si tu matrimonio está en crisis acude a terapia, no la dejes crecer. Busca un terapeuta que sea pro-matrimonio y pro-familia y que les ayude a recuperar su relación. Si eres una persona creyente, es momento de fortalecer tu práctica religiosa y buscar apoyo espiritual en tu iglesia.
Con lo visto podemos concluir que las relaciones de pareja necesitan constante atención y cuidado y que cuando no se hace es más probable salir en busca de los “paraísos perdidos”. Sin embargo, la solución no es buscar paraísos perdidos, sino recuperar el paraíso original que se tuvo con el cónyuge o la pareja.
Antes de terminar, permítanme un mensaje de esperanza para quienes ya han experimentado el doloroso golpe de la infidelidad, no siempre todo está perdido. Algunas parejas han sabido utilizarlo para crecer en su matrimonio y encontrar soluciones a sus problemas. Sin embargo, en mi consulta he visto que para ello se requiere de tres cosas; la primera que quien cometió la infidelidad tenga la firme convicción de no volver a hacerlo e implemente las estrategias como las que mencioné arriba. Segundo que esa misma persona reconozca el dolor que sus acciones han causado y esté dispuesta a aliviarlo y ser paciente con el proceso del otro pues mínimizar o evadir la herida solo la hará más profunda. Tercero que la persona que no cometió la infidelidad se vea no solo como víctima, sino como ente activo y responsable en la relación, reconociendo lo que él o ella ha hecho o dejado de hacer para que se llegara a tal situación, reconociendo lo que tiene que cambiar o mejorar, pero también poniendo límites claros y consecuencias precisas si la otra persona recurre en la infidelidad o no hace lo que tiene que hacer para que la relación funcione.
Si se “perdona” o se da una “segunda oportunidad” sin que el otro viva el arrepentimiento y tenga la disposición necesaria, tal vez sea cuestión de tiempo para que vuelva a suceder. Pero si hay un franco arrepentimiento y una disposición de cambio entonces pensar en la segunda oportunidad no es descabellado. Aún así, nadie puede forzarla y no son los demás los que habrán de juzgar si se da o no se da otra oportunidad. Son solo los cónyuges los que podrán tomar la decisión. Son solo ellos los responsables de su matrimonio y los que pueden decidir si se continúa o no.
Saludos con aprecio
Dr. Mario Guzmán Sescosse
YouTube: @DrMarioGuzman
Podcast: Descifrando Laberintos
Seminario en línea: La Transformación del adolescente
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